viernes, 19 de junio de 2009

El Exodo no existió


¡Ahí viene la plaga!

Según el libro del Éxodo, cuando los israelitas se hallaban esclavos en Egipto, Dios encomendó a Moisés la misión de liberarlos. Pero como el faraón se negaba tenazmente a dejarlos partir, Moisés desencadenó una serie de diez plagas sobre el país. Éstas fueron: el agua del Nilo convertida en sangre, una invasión de ranas, el ataque de mosquitos a hombres y animales, los tábanos que hicieron estragos, la muerte del ganado, úlceras en hombres y animales, caída de granizo que destruyó los cultivos, una plaga de langostas que atacó la vegetación, las tinieblas que oscurecieron el sol, y finalmente la muerte del hijo mayor de cada familia egipcia (Ex 7-11). Semejantes calamidades terminaron doblegando al faraón, que finalmente dejó salir a los hebreos.

Hasta la primera mitad del siglo XX el episodio de las plagas, tal como figura en la Biblia, era considerado un hecho histórico. Algunos las explicaban diciendo que había sido una intervención milagrosa de Dios, otros que fueron cataclismos naturales frecuentes en Egipto. Pero sucesos históricos al fin.

Hoy, sin embargo, la lectura cuidadosa del texto nos ha mostrado una serie de incoherencias e inconexiones, que nos llevan a dudar de que los hechos hayan podido suceder tal como los cuenta la Biblia.
Cuando la sangre llega al río

Lo primero que llama la atención es la ampliación gradual que va sufriendo la narración bíblica.

Un ejemplo de ello lo tenemos en el número de las plagas. Cuando Dios llama a Moisés y lo envía a hablar con el faraón, le dice que las plagas serán sólo dos: el agua convertida en sangre y la muerte de los primogénitos (Ex 4,9.23). Pero en el Salmo 78 leemos que fueron siete (v.44-55). El Salmo 105 ya las eleva a ocho (v.28-36). Y en la narración final del Éxodo, las plagas terminan siendo diez (Ex 7-11). ¿Cuántas fueron entonces?

Otro ejemplo de esta exageración gradual lo hallamos en la primera plaga. Al comienzo del relato se dice que sólo el agua que Moisés saque del río y derrame en el suelo debe convertirse en sangre (Ex 4,9). Más adelante se dice que el Nilo entero se convirtió en sangre (Ex 7,17). Luego se afirma que "todas las aguas de Egipto, sus canales, sus ríos, sus lagunas, y todos sus depósitos de agua, hasta la de las vasijas de madera y de piedra" se convirtieron en sangre (Ex 7,19). Y para colmo los magos egipcios, para competir con Moisés, ¡convirtieron ellos también agua en sangre! (Ex 7,22). ¿De dónde sacaron más agua?

Un tercer ejemplo lo leemos en las exigencias de Yahvé al faraón. En la primera plaga le pide reconocer a Yahvé, el Dios de los hebreos (Ex 7,17). Pero en la segunda plaga la exigencia es mayor: que reconozca que Yahvé es más poderoso que todos los dioses de Egipto (Ex 8,6), lo cual es mucho pedir para un faraón egipcio. Al final, le termina pidiendo que reconozca que Yahvé es el Dios más poderoso de todos los dioses de toda la tierra (Ex 9,14). Entonces, ¿qué esperaba Dios del faraón?
Un piadoso faraón

Lo segundo que llama la atención del relato de las plagas son los datos históricamente imposibles de aceptar.

Por ejemplo, varias veces se cuenta que mientras el faraón pasea tranquilamente por la orilla del Nilo con sus guardias se le acerca Moisés, representante sindical de una raza detestable de trabajadores, para agraviarlo y amenazarlo con plagas (Ex 7,15; 8,16; 9,13). ¿Acaso el faraón no era el dios de Egipto, al que sólo se le podían acercar unos pocos funcionarios?

También leemos que luego de la segunda plaga el faraón pide a Aarón y a Moisés que "recen" por él a Yahvé (Ex 8,4), algo sin duda imposible de ser real (pues si el faraón hubiera renunciado a creer que él era Dios, se habría trastornado todo el sistema de gobierno egipcio, que se centraba en la divinidad del faraón). En la tercera plaga son los magos egipcios los que reconocen humildemente el poder de Yahvé (Ex 8,15). En la séptima plaga el pueblo entero se convierte a Yahvé (Ex 9,20). Y en la octava plaga hasta los funcionarios egipcios aceptan a Yahvé y piden al faraón que deje salir a los israelitas de una vez (Ex 10,7). ¡Y el faraón le pide humildemente perdón a Moisés! (Ex 10,16-17).
Las tres muertes del ganado

Lo tercero que llama la atención son las incoherencias internas del relato. Por ejemplo, en la quinta plaga se afirma que todo el ganado murió de peste (Ex 9,6). Pero en la sexta plaga el ganado vuelve a aparecer, para morir de úlcera (Ex 9,10). Y en la séptima revive otra vez, para morir por el granizo (Ex 9,19). ¿Qué ganado tan extraño es éste?

También en la quinta plaga mueren todos los caballos del faraón (Ex 9,3). Pero más tarde, cuando los hebreos huyen del país, el faraón y su ejército los persiguen... ¡a caballo! (Ex 14,9).

Lo mismo ocurre en la novena plaga, cuando el faraón harto de tantos desastres llama a Moisés y le dice: "Apártate de mi vista; nunca más vuelvas a verme, porque el día que te presentes otra vez ante mí morirás". Y Moisés le contesta: "No volveré a verte nunca más" (Ex 10,28-29). Pero a continuación Moisés vuelve a presentarse ante el faraón, y se da el lujo de amenazarlo con una nueva y terrible plaga: la muerte de los primogénitos (Ex 11,4-8).
El debut de Dios

¿Cómo explicar todas estas anomalías? Según los estudiosos, la solución está en el hecho de que el relato de las plagas es un combinado de tres narraciones distintas, de épocas diversas.

En efecto, todo empezó con las tradiciones que se contaban de la salida de Egipto de un grupo de hebreos, que se hallaban cautivos en el país del Nilo. Se decía que una gran epidemia, causada quizás por la contaminación de las aguas del río, se abatió sobre las familias egipcias y mató a sus niños, mientras que las familias hebreas se salvaron porque habitaban en una región diferente y alejada de la población local, llamada Goshén (Ex 8,18). La confusión y el pánico que la epidemia provocó habría sido lo que les permitió escapar hacia el desierto, guiados por Moisés, y alcanzar la ansiada liberación.

Con este recuerdo, surgió la primera tradición de dos "plagas": la contaminación del agua y la muerte de los primogénitos (que es lo que leemos en Ex 4,9.23).

Cuando años más tarde los israelitas se encontraban viviendo en Canaán, la huida de Egipto se convirtió para ellos en el acontecimiento central de su historia. Primero, porque les permitió liberarse de la opresión extranjera. Segundo, porque a partir de ese momento ellos nacieron y se formaron como pueblo. Y tercero, porque fue la primera vez en la historia que Dios aparece actuando directamente sobre la tierra, mostrando así su capacidad de intervenir en el mundo. Nunca antes lo había hecho.
Con la memoria cargada

El acontecimiento del éxodo cobró tal importancia en el pueblo de Israel, que con el paso del tiempo la tradición oral lo fue cargando de detalles y ampliaciones, que servían sobre todo para la catequesis y la enseñanza de la fe de los israelitas.

Así, se añadieron al relato primitivo varias plagas más, que destacaban la fuerza y el poder de Dios. También se añadieron diálogos y conversaciones entre los distintos personajes, para crear suspenso y dramatismo, y para enseñar cómo tarde o temprano Dios termina doblegando hasta el corazón más endurecido y obstinado. De igual modo, se añadió en los personajes egipcios (el faraón, los magos, el pueblo, los funcionarios) un gradual cambio espiritual, a fin enseñar que Yahvé no rechaza a los extranjeros, y preparar así a los israelitas para una catequesis misionera abierta y madura.
El bastón milagroso

Siglos más tarde se escribió en Jerusalén un primer relato del éxodo, llamado "Yahvista" por los estudiosos. Éste contaba ya siete plagas: la primera (el agua en sangre), la segunda (las ranas), la cuarta (los tábanos), la quinta (la muerte del ganado), la séptima (el granizo), la octava (las langostas) y la décima (la muerte de los primogénitos). Posiblemente contaba siete plagas, porque siete era el número que simbolizaba la perfección.

El relato Yahvista se caracterizaba sobre todo por destacar la figura de Moisés. Él era quien aparecía provocando las plagas.
Esta narración de siete plagas debió de volverse sumamente popular, y seguramente circuló durante mucho tiempo entre los israelitas, porque el Salmo 78 al hablar del Éxodo sólo menciona esas mismas siete plagas.

Tiempo después, y basándose en otras tradiciones, surgió en el Reino del Norte (cuya capital era Samaria) un segundo relato del éxodo (que algunos estudiosos llaman "Elohista"). Éste mencionaba sólo cinco plagas: la primera (el agua en sangre), la séptima (el granizo), la octava (las langostas), la novena (las tinieblas) y la décima (la muerte de los primogénitos).

Ahora bien, en el Reino del Norte los profetas gozaban de enorme prestigio y de gran autoridad moral. Más que al rey o al sacerdote, era al profeta a quien la gente veía como representante de Dios. Uno de ellos, llamado Eliseo, era famoso porque tenía un bastón capaz de obrar milagros (2 Re 4,29-31). Esto influyó en la tradición norteña de las cinco plagas. Por eso en ella Moisés no aparece provocándolas directamente como en la Yahvista, sino mediante su bastón. Y por eso, en la actual narración bíblica aparece el bastón de Moisés justamente en esas plagas: la primera (Ex 7,17), séptima (Ex 9,22-23), octava (Ex 10,12-13) y novena (Ex 10,21-22). En la décima no, porque a esta plaga la causará Yahvé en persona.
Luchando contra los magos

Hacia el siglo VI a.C, en los círculos sacerdotales judíos surgió un tercer relato del éxodo, llamado relato "Sacerdotal". Describía también cinco plagas, como el Elohista, pero eran diferentes a las de éste. Son la plaga primera (el agua en sangre), la segunda (las ranas), la tercera (los mosquitos), la sexta (las úlceras) y la décima (la muerte de los primogénitos).

Como en los ambientes sacerdotales se tenía preferencia por la figura de Aarón (por ser el hermano sacerdote de Moisés) y no por Moisés, en la tradición Sacerdotal era Aarón el que provocaba las plagas, en vez de Moisés (por eso, en el relato actual, vemos a Aarón causándolas en Ex 7,19-20; 8,1-2; 8,12-13). Además, Aarón no se enfrentaba al faraón, como en las otras versiones, sino con los magos egipcios, porque éstos eran los sacerdotes de la época; es decir, la tradición Sacerdotal presentaba el suceso como un enfrentamiento entre sacerdotes (por eso, en el relato actual, vemos el enfrentamiento con los magos y no con el faraón en Ex 7,22; 8,3; 8,14; 9,11).

Hacia el año 400 a.C, un redactor decidió reunir las tres antiguas tradiciones en una sola. Y tratando de conservar la mayor cantidad de datos posibles de cada una compuso un nuevo relato. Así, la narración del éxodo quedó considerablemente ampliada. Y las plagas, que en los primitivos relatos eran entre cinco y siete, ahora pasaron a ser diez.

Este redactor, a pesar del esfuerzo que puso, no pudo evitar que en su escrito final se le filtraran algunas contradicciones e incoherencias, como vimos sobre el número de las plagas (primero dos y después diez), sobre el agua convertida en sangre, o sobre las exigencias que Dios le impone al faraón.
Por cambiar el orden

Pero además el redactor final, al reunir los tres relatos en uno, cambió el orden primitivo que las plagas tenían en sus respectivas versiones, lo cual produjo las incoherencias que antes señalamos.

En efecto, según el Salmo 78 (v.47-48) el antiguo orden de las plagas era: primero el granizo (séptima plaga) y después la peste (quinta plaga). Así el relato tenía sentido, porque el granizo, al no matar todo el ganado (Ex 9,20), dejaba un resto para morir con la peste. Pero al invertir el orden y contar primero la peste (donde muere todo el ganado), y luego el granizo, ya no se entiende cómo aquí puede volver a morir el ganado. Y como, además, entre una y otra agregó la plaga de la úlcera (procedente de otra tradición), en la que también vuelve a morir el ganado, el resultado final fue la narración incoherente que vimos.

Pero al redactor final no le importó el desfase. El colocó las plagas en ese orden porque seguía otro plan. Primero quería ubicar las cuatro más leves, que sólo causaban molestia (agua, ranas, mosquitos y tábanos). Luego las cuatro más graves, con resultados destructores (peste, úlcera, granizo y langostas). Luego la novena, con efectos terroríficos (tinieblas). Y finalmente la décima (muerte de los primogénitos) tan espantosa que permitió la salida de los hebreos. Así, el redactor quiso destacar la gradual pedagogía divina, que poco a poco va mostrando las consecuencias negativas que puede traer el rechazo a Dios.
Gracias a Dios, no era Dios

¿En qué se basaban estas tradiciones de la salida de Israel de Egipto? No lo sabemos a ciencia cierta. Quizás se referían a sucesos que ocurrieron cuando un grupo de israelitas intentó escapar de alguna opresión, y que los ayudaron a sentirse libres.

¿Fueron éstos de origen milagroso, en el sentido de que fueron más allá de las causas naturales? No es necesario suponerlo, porque en el libro del Éxodo estas plagas siempre son llamadas con la palabra hebrea mofet, que significa "prodigio" (Ex 7,9; 11,9). Y un prodigio significa algo anormal, extraordinario, pero no sobrenatural. Y no tenemos la obligación de afirmar más de lo que dice el texto. Pudo muy bien tratarse de hechos naturales, que a los israelitas les resultaron extraordinarios, y por lo tanto les sirvieron de señales, lecciones o mensajes divinos.

El relato de las plagas, pues, así como está, no es un texto histórico en el sentido moderno de la palabra, ni es el recuerdo de un acontecimiento real. Lo cual nos tranquiliza enormemente, ya que uno puede preguntarse si se justificaba, de parte de Dios, tal derroche de castigos, de horror y muerte para con los habitantes de Egipto que, al fin y al cabo, eran tan hijos de Dios y objetos de su amor como lo eran los israelitas. El relato de las diez plagas no es la crónica histórica de un furioso castigo divino. Es una confesión de fe, en la cual el autor sagrado proclama la superioridad de Yahvé, Dios de Israel, por encima de los dioses de los demás pueblos.
Por supuesto que actúa

Para los israelitas, uno de los episodios más importantes de su historia fue el éxodo, junto con el de las plagas de Egipto. Y para los cristianos también. Porque nos enseña, de modo incuestionable, que Dios intervino y sigue interviniendo en la historia de los hombres y en sus anhelos. No ciertamente de manera directa, como si Él tuviera que solucionar todos los errores que cometen los hombres en el mundo. Pero sí interviene de modo indirecto, cada vez que uno escucha su palabra y se decide a llevarla a la práctica.

Muchos hoy, frente a las injusticias y el dolor que oprimen a media humanidad, se preguntan si Dios puede todavía actuar entre nosotros, si tiene poder para terciar en nuestros conflictos y ayudar a los que sufren. Sólo puede actuar si encuentra gente decidida, como Moisés y los israelitas, a cambiar ellos mismos la historia.

Es que Dios tiene un proyecto para toda la humanidad. Éste consiste en que haya libertad, paz, justicia, bienestar e igualdad de oportunidades para todos los hombres. Y la oposición a este proyecto acarrea inevitablemente calamidades. Quizás por eso hoy nos azotan tantas plagas. Porque como el faraón de Egipto, seguimos empecinados en oprimir y abusar, cada uno a su manera, de nuestros hermanos más débiles. El día en que todos juntos busquemos una salida a tanta opresión, como lo hizo Moisés, ese día las plagas cesarán.



El enigma de los caballos del faraón de Egipto
En el libro de Exodo, 9: 3 y 6, leemos sobre la quinta plaga: "Mira que la mano de Yahveh caerá sobre tus ganados del campo, sobre los caballos, sobre los asnos, sobre los camellos, sobre las vacadas y sobre las ovejas; habrá una grandísima peste… Al día siguiente cumplió Yahveh su palabra y murió TODO el ganado de los egipcios".

Para los literalistas está claro que murió todo el ganado de los egipcios, tanto el ganado vacuno como el ovejuno, el asnal, el caballar y el de los camellos. Los egipcios, pues, se quedaron sin vacas, sin toros, sin bueyes, sin ovejas, sin carneros, sin caballos y sin camellos. Gran desgracia para los de Egipto, pues no pudieron arar los campos ni alimentarse con productos lácteos ni comer carne ni desplazarse grandes distancias para comerciar. Sin animales, mal podía sobrevivir la civilización egipcia. Aquello fue, sobre todo, un gran infortunio para el ejército, pues perdió lo más preciado que tenía: los caballos, imprescindibles para la guerra. Así, los egipcios estaban ahora indefensos, a merced de cualquier enemigo que quisiera invadir sus territorios.

La sexta plaga la encontramos en Exodo 9: 8 y 10, donde leemos: "Tomad dos grandes puñados de hollín de horno y que Moisés lo lance hacia el cielo, en presencia de Faraón; se convertirá en polvo fino sobre todo el territorio de Egipto y formará erupciones pustulosas en hombres y ganados, por toda la tierra de Egipto. Tomaron, pues, hollín de horno y, presentándose ante Faraón, lo lanzó Moisés hacia el cielo y hubo erupciones pustulosas en hombres y ganados".

Literalmente dice el relato que, tanto a hombres como a animales domésticos, les salieron erupciones pustulosas o diviesos. Pero, ¿no habían muerto los animales egipcios durante la plaga anterior? ¿Cómo es que les salieron tales flemones purulentos a unas bestias ya difuntas?
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En Éxodo 9: 19-25, analizamos el fluir de la séptima plaga: "…el granizo descargará sobre todos los hombres y animales que se hallan en el campo, y cuantos no se hayan recogido bajo techumbre perecerán… Dijo Yaveh a Moisés: 'Extiende tu mano hacia el cielo, y que caiga granizo en toda la tierra de Egipto, sobre los hombres, sobre los ganados'… El granizo hirió cuanto había en el campo en todo el país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados…"

Con la expresión "el granizo hirió" entendemos que "el granizo hizo perecer" a hombres y animales que estaban a la intemperie, tal como lo menciona el versículo 19. Y de nuevo la pregunta: ¿Sobre qué ganado de los egipcios descargó el granizo si todo él había perecido en el transcurso de la quinta plaga?

La décima plaga fue la más terrible. En Exodo, 12: 29 y 30, leemos: "Y sucedió que, a media noche, Yahveh hirió en el país de Egipto a todos los primogénitos, desde el primogénito de Faraón… hasta el primogénito del preso en la cárcel, y a todo primer nacido del ganado… no había casa donde no hubiese un muerto". Nuevamente la pregunta: ¿Cómo pudieron morir los primogénitos del ganado si habían dejado de existir durante la quinta plaga?

Como broche de oro del relato, Exodo 14: 6 a 28 menciona que el faraón se lanzó con sus carros y caballos en persecución de los israelitas: "Faraón hizo enganchar su carro y llevó consigo sus tropas. Tomó seiscientos carros escogidos y todos los carros de Egipto, montados por sus combatientes… todos los caballos, los carros de Faraón, con la gente de los carros y su ejército… Los egipcios se lanzaron en su persecución entrando tras ellos, en medio del mar, todos los caballos de Faraón y los carros con sus guerreros… las aguas cubrieron los carros y a su gente, a todo el ejército de Faraón, que había entrado en el mar para perseguirlos; no escapó ni uno siquiera". Y aún podemos leer en Exodo 15: 1, el cántico de Moisés y el pueblo: "Canto a Yahveh, pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballo y carro".

Y de nuevo la cuestión: ¿A qué caballos enganchó el faraón su carro y qué caballos tiraban de los carros del ejército egipcio y qué caballos se ahogaron en el mar, si todos habían muerto de peste cuando el ganado de los egipcios fue castigado con la quinta plaga? Verdaderamente, si se toma el relato de Exodo al pie de la letra, es un auténtico enigma este de los caballos del faraón.


"El Exodo no existió", afirma el arqueólogo Israel Finkelstein

Sus investigaciones han revolucionado la disciplina de la arqueología bíblica

TEL AVIV.– Israel Finkelstein es un hombre de suerte: aunque sus trabajos de arqueología cuestionan el origen divino de los primeros libros del Antiguo Testamento, judíos y católicos acogen sus hipótesis con auténtico interés y, curiosamente, no lo estigmatizan.

Este enfant terrible de la ciencia revolucionó la nueva arqueología bíblica cuando afirmó que la saga histórica relatada en los cinco libros que conforman el Pentateuco de los cristianos y la Torá de los judíos no responde a ninguna revelación divina. Dijo que, por el contrario, esa gesta es un brillante producto de la imaginación humana y que muchos de sus episodios nunca existieron.

El Pentateuco “es una genial reconstrucción literaria y política de la génesis del pueblo judío, realizada 1500 años después de lo que siempre creímos”, sostiene Finkelstein, de 57 años, director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv.

Añade que esos textos bíblicos son una compilación iniciada durante la monarquía de Josías, rey de Judá, en el siglo VII a.C. En aquel momento, ese reino israelita del Sur comenzó a surgir como potencia regional, en una época en la cual Israel (reino israelita del Norte) había caído bajo control del imperio asirio.

El principal objetivo de esa obra era crear una nación unificada, que pudiera cimentarse en una nueva religión. El proyecto, que marcó el nacimiento de la idea monoteísta, era constituir un solo pueblo judío, guiado por un solo Dios, gobernado por un solo rey, con una sola capital, Jerusalén, y un solo templo, el de Salomón. En sus trabajos, que han marcado a generaciones de la nueva escuela de la arqueología bíblica, Finkelstein establece una coherencia entre los cinco libros del Pentateuco: el Génesis, el Exodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio. Los siglos nos han traído esos episodios que relatan la creación del hombre, la vida del patriarca Abraham y su familia -fundadores de la nación judía-, el éxodo de Egipto, la instalación en la tierra prometida y la época de los Reyes. Según Finkelstein, esos relatos fueron embellecidos para servir al proyecto del rey Josías de reconciliar a los dos reinos israelitas (Israel y Judá) e imponerse frente a los grandes imperios regionales: Asiria, Egipto y Mesopotamia. El arqueólogo recibió a LA NACION en la Universidad de Tel Aviv.

-Durante más de veinte siglos, los hombres creyeron que Dios había dictado las Escrituras a un cierto número de sabios, profetas y grandes sacerdotes israelitas.

-Así es. Para las autoridades religiosas, judías y cristianas, Moisés era el autor del Pentateuco. Según el Deuteronomio, el profeta lo escribió poco antes de su muerte, en el monte Nebo. Los libros de Josué, de los Jueces y de Samuel eran archivos sagrados, obtenidos y conservados por el profeta Samuel en el santuario de Silo, y los libros de los Reyes venían de la pluma del profeta Jeremías. Así también, David era el autor de los Salmos y Salomón, el de los Proverbios y el del Cantar de los Cantares.

-Y sin embargo?

-Desde el siglo XVII, los expertos comenzaron a preguntarse quién había escrito la Biblia. Moisés fue la primera víctima de los avances de la investigación científica, que planteó cantidad de contradicciones. ¿Cómo es posible -preguntaron los especialistas- que haya sido el autor del Pentateuco cuando el Deuteronomio, el último de los cinco libros, describe el momento y las circunstancias de su propia muerte?

-Usted afirma que el Pentateuco fue escrito en una época mucho más reciente.

-La arqueología moderna nos permite asegurar que el núcleo histórico del Pentateuco y de la historia deuteronómica fue compuesto durante el siglo VII antes de Cristo. El Pentateuco fue una creación de la monarquía tardía del reino de Judá, destinada a propagar la ideología y las necesidades de ese reino. Creo que la historia deuteronómica fue compilada, durante el reino de Josías, a fin de servir de fundamento ideológico a ambiciones políticas y reformas religiosas particulares.

-Según la Biblia, primero fue el viaje del patriarca Abraham de la Mesopotamia a Canaán. El relato bíblico abunda en informaciones cronológicas precisas.

-Es verdad. La Biblia libra una cantidad de informaciones que deberían permitir saber cuándo vivieron los patriarcas. En ese relato, la historia de los comienzos de Israel se desarrolla en secuencias bien ordenadas: los Patriarcas, el Exodo, la travesía del desierto, la conquista de Canaán, el reino de los Jueces, el establecimiento de la monarquía. Haciendo cálculos, Abraham debería de haber partido hacia Canaán unos 2100 años antes de Cristo.

-¿Y no es así?

-No. En dos siglos de investigación científica, la búsqueda de los patriarcas nunca dio resultados positivos. La supuesta migración hacia el Oeste de tribus provenientes de la Mesopotamia, con destino a Canaán, se reveló ilusoria. La arqueología ha probado que en esa época no se produjo ningún movimiento masivo de población. El texto bíblico da indicios que permiten precisar el momento de la composición final del libro de los Patriarcas. Por ejemplo, la historia de los patriarcas está llena de camellos. Sin embargo, la arqueología revela que el dromedario sólo fue domesticado cuando se acababa el segundo milenio anterior a la era cristiana y que comenzó a ser utilizado como animal de carga en Medio Oriente mucho después del año 1000 a.C. La historia de José dice que la caravana de camellos transporta "goma tragacanto, bálsamo y láudano". Esa inscripción corresponde al comercio realizado por los mercaderes árabes bajo control del imperio asirio en los siglos VIII y VII a.C. Otro hecho anacrónico es la primera aparición de los filisteos en el relato, cuando Isaac encuentra a Abimelech, rey de los filisteos. Esos filisteos -grupo migratorio proveniente del mar Egeo o de Asia Menor- se establecieron en la llanura litoral de Canaán a partir de 1200 a.C. Esos y otros detalles prueban que esos textos fueron escritos entre los siglos VIII y VII a.C.

-El heroísmo de Moisés frente a la tiranía del faraón, las diez plagas de Egipto y el éxodo masivo de israelitas hacia Canaán son algunos de los episodios más dramáticos de la Biblia. ¿También eso es leyenda?

-Según la Biblia, los descendientes del patriarca Jacob permanecieron 430 años en Egipto antes de iniciar el éxodo hacia la Tierra Prometida, guiados por Moisés, a mediados del siglo XV a.C. Otra posibilidad es que ese viaje se haya producido dos siglos después. Los textos sagrados afirman que 600.000 hebreos cruzaron el Mar Rojo y que erraron durante 40 años por el desierto antes de llegar al monte Sinaí, donde Moisés selló la alianza de su pueblo con Dios. Sin embargo, los archivos egipcios, que consignaban todos los acontecimientos administrativos del reino faraónico, no conservaron ningún rastro de una presencia judía durante más de cuatro siglos en su territorio. Tampoco existían, en esas fechas, muchos sitios mencionados en el relato. Las ciudades de Pitom y Ramsés, que habrían sido construidas por los hebreos esclavos antes de partir, no existían en el siglo XV a.C. En cuanto al Exodo, desde el punto de vista científico no resiste el análisis.

-¿Por qué?

-Porque, desde el siglo XVI a.C., Egipto había construido en toda la región una serie de fuertes militares, perfectamente administrados y equipados. Nada, desde el litoral oriental del Nilo hasta el más alejado de los pueblos de Canaán, escapaba a su control. Casi dos millones de israelitas que hubieran huido por el desierto durante 40 años tendrían que haber llamado la atención de esas tropas. Sin embargo, ni una estela de la época hace referencia a esa gente. Tampoco existieron las grandes batallas mencionadas en los textos sagrados. La orgullosa Jericó, cuyos muros se desplomaron con el sonar de las trompetas de los hebreos, era entonces un pobre caserío. Tampoco existían otros sitios célebres, como Bersheba o Edom. No había ningún rey en Edom para enfrentar a los israelitas. Esos sitios existieron, pero mucho tiempo después del Exodo, mucho después de la emergencia del reino de Judá. Ni siquiera hay rastros dejados por esa gente en su peregrinación de 40 años. Hemos sido capaces de hallar rastros de minúsculos caseríos de 40 o 50 personas. A menos que esa multitud nunca se haya detenido a dormir, comer o descansar: no existe el menor indicio de su paso por el desierto.

-En resumen, los hebreos nunca conquistaron Palestina.

-Nunca. Porque ya estaban allí. Los primeros israelitas eran pastores nómadas de Canaán que se instalaron en las regiones montañosas en el siglo XII a.C. Allí, unas 250 comunidades muy reducidas vivieron de la agricultura, aisladas unas de otras, sin administración ni organización política. Todas las excavaciones en la región exhumaron vestigios de poblados con silos para cereales, pero también de corrales rudimentarios. Esto nos lleva a pensar que esos individuos habían sido nómadas que se convirtieron en agricultores. Pero ésa fue la tercera ola de instalación sedentaria registrada en la región desde el 3500 a.C. Esos pobladores pasaban alternativamente del sedentarismo al nomadismo pastoral con mucha facilidad.

-¿Por qué?

-Ese tipo de fluctuación era muy frecuente en Medio Oriente. Los pueblos autóctonos siempre supieron operar una rápida transición de la actividad agrícola a la pastoral en función de las condiciones políticas, económicas o climáticas. En este caso, en épocas de nomadismo, esos grupos intercambiaban la carne de sus manadas por cereales con las ricas ciudades cananeas del litoral. Pero cuando éstas eran víctimas de invasiones, crisis económicas o sequías, esos pastores se veían forzados a procurarse los granos necesarios para su subsistencia y se instalaban a cultivar en las colinas. Ese proceso es el opuesto al que relata la Biblia: la emergencia de Israel fue el resultado, no la causa, del derrumbe de la cultura cananea.

-Pero entonces, si esos primeros israelitas eran también originarios de Canaán, ¿cómo identificarlos?

-Los pueblos disponen de todo tipo de medios para afirmar su etnicidad: la lengua, la religión, la indumentaria, los ritos funerarios, los tabúes alimentarios. En este caso, la cultura material no propone ningún indicio revelador en cuanto a dialectos, ritos religiosos, formas de vestirse o de enterrar a los muertos. Hay un detalle muy interesante sobre sus costumbres alimentarias: nunca, en ningún poblado israelita, fueron exhumados huesos de cerdo. En esa época, los primeros israelitas eran el único pueblo de esa región que no comía cerdo.

-¿Cuál es la razón?

-No lo sabemos. Quizá los protoisraelitas dejaron de comer cerdo porque sus adversarios lo hacían en profusión y ellos querían ser diferentes. El monoteísmo, los relatos del Exodo y la alianza establecida por los hebreos con Dios hicieron su aparición mucho más tarde en la historia, 500 años después. Cuando los judíos actuales observan esa prohibición, no hacen más que perpetuar la práctica más antigua de la cultura de su pueblo verificada por la arqueología.

-En el siglo X a.C. las tribus de Israel formaron una monarquía unificada -el reino de Judá- bajo la égida del rey David. David y su hijo, Salomón, servirán de modelo a las monarquías de Occidente. ¿Tampoco ellos fueron lo que siempre se creyó?

-Tampoco en este caso la arqueología ha sido capaz de encontrar pruebas del imperio que nos legó la Biblia: ni en los archivos egipcios ni en el subsuelo palestino. David, sucesor del primer rey, Saúl, probablemente existió entre 1010 y 970 a.C. Una única estela encontrada en el santuario de Tel Dan, en el norte de Palestina, menciona "la casa de David". Pero nada prueba que se haya tratado del conquistador que evocan las Escrituras, capaz de derrotar a Goliat. Es improbable que David haya sido capaz de conquistas militares a más de un día de marcha de Judá. La Jerusalén de entonces, escogida por el soberano como su capital, era un pequeño poblado, rodeado de aldeas poco habitadas. ¿Dónde el más carismático de los reyes hubiera podido reclutar los soldados y reunir el armamento necesarios para conquistar y conservar un imperio que se extendía desde el Mar Rojo, al Sur, hasta Siria, al Norte? Salomón, constructor del Templo y del palacio de Samaria, probablemente tampoco haya sido el personaje glorioso que nos legó la Biblia.

-¿Y de dónde salieron sus fabulosos establos para 400.000 caballos, cuyos vestigios sí se han encontrado?

-Fueron criaderos instalados en el Sur por el reino de Israel varios decenios más tarde. A la muerte de Salomón, alrededor del 933 a.C., las tribus del norte de Palestina se separaron del reino unificado de Judá y constituyeron el reino de Israel. Un reino que, contrariamente a lo que afirma la Biblia, se desarrolló rápido, económica y políticamente. Los textos sagrados nos describen las tribus del Norte como bandas de fracasados y pusilánimes, inclinados al pecado y a la idolatría. Sin embargo, la arqueología nos da buenas razones para creer que, de las dos entidades existentes, la meridional (Judá) fue siempre más pobre, menos poblada, más rústica y menos influyente. Hasta el día en que alcanzó una prosperidad espectacular. Esto se produjo después de la caída del reino nórdico de Israel, ocupado por el poderoso imperio asirio, que no sólo deportó hacia Babilonia a los israelitas, sino que además instaló a su propia gente en esas fértiles tierras.

-¿Fue, entonces, durante el reino de Josías en Judá cuando surgió la idea de ese texto que se transformaría en fundamento de nuestra civilización occidental y origen del monoteísmo?

-Hacia fines del siglo VII a.C. hubo en Judá un fermento espiritual sin precedente y una intensa agitación política. Una coalición heteróclita de funcionarios de la corte sería responsable de la confección de una saga épica compuesta por una colección de relatos históricos, recuerdos, leyendas, cuentos populares, anécdotas, predicciones y poemas antiguos. Esa obra maestra de la literatura -mitad composición original, mitad adaptación de versiones anteriores- pasó por ajustes y mejoras antes de servir de fundamento espiritual a los descendientes del pueblo de Judá y a innumerables comunidades en todo el mundo.

-El núcleo del Pentateuco fue concebido, entonces, quince siglos después de lo que creíamos. ¿Sólo por razones políticas? ¿Con el fin de unificar los dos reinos israelitas?

-El objetivo fue religioso. Los dirigentes de Jerusalén lanzaron un anatema contra la más mínima expresión de veneración de deidades extranjeras, acusadas de ser el origen de los infortunios que padecía el pueblo judío. Pusieron en marcha una campaña de purificación religiosa, ordenando la destrucción de los santuarios locales. A partir de ese momento, el templo que dominaba Jerusalén debía ser reconocido como único sitio de culto legítimo por el conjunto del pueblo de Israel. El monoteísmo moderno nació de esa innovación.


La arqueología bíblica indica que el Éxodo no existió

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