sábado, 4 de julio de 2009

El reinado de Cristo

Cualquier parecido externo o interno que pueda apreciarse entre el Reino de Cristo y los reinos de este mundo, hemos de afirmar que es espúreo


La historia del Reino, vista desde la calle, no ha sido lo que podríamos llamar afortunada

No sé si Jesús fue del todo acertado o no cuando etiquetó su proyecto religioso con el nombre de Reino. Digo que no lo sé, porque de hecho la palabra Reino ha dado lugar a toda clase de malinterpretaciones. Y esto no ahora, sino desde el principio. El tema de un Reino que iba a implantarse, que iba a llegar, que reclamaba la conversión de los corazones, fue el tema inicial de los discursos de Jesús (Mc 1 14). La palabra Reino tuvo éxito y sus contemporáneos la aceptaron. Pero igualmente la entendieron de forma muy diferente a como la entendía el mismo Jesús.

Las masas populares, cansadas de tantos señores dominantes en el territorio de Palestina, los romanos, los reyes impuestos y sostenidos por los romanos, la clase sacerdotal de Jerusalén, los allegados a, todos éstos, acogieron con entusiasmo la hipótesis de un cambio político en donde empezaran a tener vigor nuevas ideas de verdad, justicia y humanitarismo. El profeta de Nazaret parecía el personaje apto para implantar un nuevo Reino en Palestina. Así fue como en cierta ocasión lo quisieron hacer rey. Pero Jesús no estaba por labor, y se escabulló de ellos (Jn 15).

Los apóstoles también entendieron la cosa a su manera. Fueron varias las ocasiones en que discutían entre ellos quién sería el primero de la lista cuando Jesús se decidiera a llevar a la práctica su idea de] Reino (Mr 9 33-34). La cuestión llegó a mayores cuando los dos hermanos Juan (el evangelista) y Santiago (el patrón de España) pretendieron reservar para su familia la cúpula del poder en el nuevo Reino (Mr 10 35-37).

Sus enemigos tomaron ocasión de la palabra Reino, tantas veces pronunciada por Jesús, para tergiversar las cosas, montar acusaciones falsas, y presentar a Jesús como un agitador político (Le 23 5).

Pilatos , que entendía más de política y de disciplina militar que los sacerdotes del Templo, juzgó de tal forma inaudito el tema del Reino, que ni siquiera se lo tomó en serio (Jn 19 4).

Finalmente, los mismos que habían puesto sus esperanzas en que Jesús tomaría el poder, e implantaría un nuevo régimen político en el país, sufrieron tal decepción que se lo echaron en cara de la forma más cruel que imaginarse pueda: cuando Jesús ya estaba clavado en la cruz, y moría agonizante, con la piel y los huesos destrozados, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús diciendo: "A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre, y diciendo: si eres tú el Rey de los judíos, sálvate a tí mismo". (Le 23 35-38). La escena no puede ser más macabra, ni más plagada de una frustración popular, que estalla en un sadismo colectivo. Las malinterpretaciones de la palabra Reino no terminaron ahí. La Iglesia Católica ha asumido muchas formas del protocolo y del formalismo de las cortes de los reyes. El Papa se convirtió en un Rey temporal, a partir de la donación de los Estados Pontificios a la Tiara Romana el año 756 por Pipino , rey de los francos (715-768), con formas de estilo propias de los monarcas absolutos. El esplendor de la curia romana no desmerecía, ni mucho menos, de lo que podía ser la corte de Luis XIV de Francia, de Felipe IV de España, o de los Médicis de Florencia. A nivel del hombre de la calle, la idea del Reino se ha traducido en la versión del Estado Católico. Si Cristo es el rey, se ha entendido con demasiada frecuencia, que el Estado no puede ser indiferente ante la actitud y la práctica religiosa de los ciudadanos. A la inversa, por aquello de que el Reinado de Cristo se traduce en realizaciones políticas, muchas revoluciones de origen social y económico se han extendido a sangrientas revanchas contra las instituciones eclesiásticas y las personas que las representan.

Así ocurrió con la revolución francesa, con la revolución socialista de 1848, con la revolución rusa, con la revolución mejicana, durante la guerra civil española. No siempre es fácil distinguir en todos los levantamientos contra el orden establecido, cuánto ha habido de estricto ataque a la predicación original de Jesús de Nazaret, y cuánto ha habido de lucha contra unas instituciones y personas que apoyaban la pervivencia del antiguo régimen.

Realmente la historia del Reino, vista desde la calle, no ha sido lo que podríamos llamar afortunada. Y, sin embargo, el tema esta ahí, y no lo vamos a eliminar ni a ignorar. Lo que entiendo que corresponde es descubrir el hilo conductor que ha llevado desde el principio a todas estas malinterpretaciones. La explicación, por ingenua y utópica que pueda parecer, es la única válida. "Mi Reino no es de este mundo" (Jn 18 36). Y no es de este mundo con todas sus consecuencias: ni en la forma ni en el fondo. Cualquier parecido externo o interno que pueda apreciarse entre el Reino de Cristo y los reinos de este mundo, hemos de afirmar categóricamente, que es espúreo, y una degeneración de la autenticidad original.
Jaime Loring es Profesor jesuita.

1 comentario:

Anónimo dijo...

comparar el reino de dios con la revolución no es para nada acertado. Jesus y sus seguidores creían ciegamente en que dios bajaría y restauraría el reino de los cielos en la tierra, si bien no creían en el apocalipsis como lo entendemos hoy pues el apoca lisis se escribe 600 años des puse de la muerte de cristo.
tal creían que el reino de dios vendría en breve que ni jesus ni sus apóstoles escribieron anda de el en vida y solo nos ha llegado los 4 evangelios escritos 40 años después de la muerte de cristo. donde ya se ha re interpretado la figura real he histórica de cristo.
(Los 4 evangelios originales se perdieron)