viernes, 11 de septiembre de 2009
Jesus y Yahve Los nombres divinos
Este libro esta muy interesante, desde la introducion te quedaras ligado a este libro de Harlon Bloom es un judio pero solo por tradición no por religión.
Harold Bloom ha escrito acerca de la religión y la Biblia a lo largo de toda su carrera, pero ahora, con Jesús y Yahvé, ha logrado su libro más explosivo e importante. Teniendo en cuenta que existen muy pocos testimonios del Jesús histórico, Bloom ha utilizado su inigualable talento para examinar el carácter de Jesús y observar las incoherencias, las contradicciones y los puntos en los que falla la lógica de los Evangelios. También examina el carácter de Yahvé, quien, según Blom, tiene más rasgos en común con el Jesús de Marcos que con el Dios Padre de la tradición cristiana y de la posterior tradición rabínica. Además, Bloom aduce que la Tora y el Antiguo Testamento cristiano son libros muy diferentes, con propósitos, tanto religiosos como políticos, muy distintos.
Lectura emocionante y estimulante, una crítica literaria que cambia el paradigma y que supondrá un desafío e iluminará a judíos y cristianos por igual. En un momento en que la religión ha pasado a ocupar un lugar central en la arena política, la provocadora conclusión de Bloom de que no existe una tradición judeo-cristiana, de que las dos historias, los dos dioses, e incluso las dos Biblias, no son compatibles, hará que los lectores se repalnteen todo lo que hemos dado por sentado acerca de lo que -creíamos- era una herencia compartida. Sin duda, será uno de los libros más discutidos, debatidos y celebrados del año.
El crítico Harold Bloom analiza a Jesús y Yahvé como personajes literarios
En este tiempo en que lo sagrado, venga de donde venga, parece tener bula frente a la libertad de expresión y pensamiento, el crítico estadounidense Harold Bloom (Nueva York, 1930) desafía la física de los fanáticos y los papanatas con un libro como Jesús y Yahvé. Los nombres divinos (Taurus). En este nuevo ensayo, el autor de El canon occidental eleva ambas divinidades al terreno del personaje literario y las enfrenta a otros como Hamlet o el Quijote. Jesús Ruiz Mantilla / El País
Los evangelistas, o, como lo denomina Bloom, el escritor J, autor de la Biblia hebrea, tenían, en algunos casos, destreza literaria y todos una imaginación desbordante. De su mano y su cabeza se conformaron auténticos modos de vida, códigos morales, historias en las que creer hasta para desafiar a las nuevas tecnologías que a punto estuvieron de fallar en la videoconferencia que conectó al escritor desde la Fundación Gabarrón, en Nueva York, con la sede del Grupo Santillana, en Madrid.
Se vencieron las dificultades y Bloom se explayó sobre lo divino y lo humano, dando guerra. Comentó que Jesús y Yahvé. Los nombres divinos había sido un libro polémico en Estados Unidos, analizó el lenguaje críptico de Jesús, azuzó a Bush, "el peor presidente de nuestra historia", dijo, y explicó que sus compatriotas habían construido un Cristo americano: "La mayoría de los creyentes en mi país está convencido de que Jesucristo hablaba inglés, aunque no llegan al punto de Bush, que se comunica directamente con él, cree que está afiliado al Partido Republicano y que es accionista de una de nuestras grandes empresas".
No quería hablar de política pero se metía él solo en el charco. Y, por supuesto, destiló otras provocaciones bien lúcidas que están desarrolladas de manera amplia en el libro, como su teoría de la Santa Trinidad: "En realidad, es una manera de encubrir el politeísmo cristiano, porque son tres dioses de lo que hablamos. Yo creo que es mejor que lo admitan abiertamente".
También hubo cera para los evangelistas. "El autor del Evangelio según san Marcos fue un pésimo escritor, uno de los peores de la historia, aunque tenía una gran imaginación. Han sido las traducciones las que han mejorado el original", apuntó Bloom. Aunque le concede el mérito de haber creado un gran personaje: "El Jesús de san Marcos está lleno de dudas, duda de su propia condición", afirma el crítico, y ahí entronca con don Quijote y con Hamlet, aunque también con el Héctor de Homero, antes de enfrentarse a Aquiles. "Probablemente conociera a los clásicos griegos", sostiene Bloom.
El poeta William Blake ha sido una de las grandes inspiraciones de su ensayo. "La teoría de Blake de distintas formas de culto a partir del caos poético, que él desarrolla en Las puertas del paraíso, está en el origen de este libro", afirma el crítico.
Como judío, no oculta su predilección en las páginas del libro por Yahvé. "Es un personaje humano, demasiado humano, y eso me hace conectar mejor con él", asegura. Aunque no implica que crea o no en su mensaje. Ni siquiera que Bloom tenga fe en alguno de estos personajes literarios. "Cuando me preguntan si soy creyente, creo que es una cuestión mal planteada, no es coherente. Cuando alguien lo hace no sé a qué se refiere. Si se lo plantean a un judío, no es lo mismo que a un cristiano. Un cristiano tiene fe; un judío, confianza en Yahvé, y yo no la tengo".
Al doblar la última página de este apasionante libro, al lector, por motivos que veremos, le viene a la memoria el atinado aviso del escritor medieval Godofredo de Estrasburgo: "El venerado Cristo gira como banderín al viento, se pliega como vulgar paño. Consiente que hagan con él cuanto quieran y a todo se doblega... Él es siempre lo que tú quieres que sea".
Harold Bloom es, ante todo, un excelente crítico literario. Pero, además, es crítico de casi todo. A su presidente lo llama "Francisco Franco Bush", "Duce fascista" y otras lindezas. En la esfera de lo religioso, Bloom se etiqueta a sí mismo como "un judío gnóstico", bastante crítico con el judaísmo. Llega a escribir que los judíos, al contar con una población tan reducida, "podrían acabar desapareciendo por completo en dos generaciones, tres como mucho". En realidad, Bloom es más un estudioso del judaísmo que un creyente judío. Más que su religión, el judaísmo es su cultura. Una encomiable honestidad le lleva a recomendar cautela ante lo que escribe, ya que es "un crítico literario dividido entre la herencia judaica y una desazón gnóstica ante Dios". Desazón que, en la última página del libro, se traduce en necesidad o "ansia" de trascendencia. Sin ella nos convertimos en "simples mecanismos de entropía".
Pero es en la tesis fundamental del libro donde la cautela se hace más necesaria. El propósito de Harold Bloom es "sugerir" (se agradece la modestia del verbo) que "Jesús, Jesucristo y Yahvé son tres personajes totalmente incompatibles". A partir de aquí se hace inevitable pensar en la cita del bueno de Godofredo de Estrasburgo. Bloom da rienda suelta a su imaginación creativa y nos obsequia con asertos como éstos: Yahvé es "un moralista Jesús y Yahvé plantea, de entrada, un problema de punto de vista. Lo primero que a uno se le ocurre decir es que se trata de un libro profundamente personal, en el que Bloom,
una vez más, da rienda suelta a sus excesos críticos. Y en cierto modo es así, al menos ese es el efecto que uno tiene como lector desprevenido: libro polémico, brillante, apasionado, injusto, arbitrario, sugestivo, irritante, etcétera, etcétera. Nada más verdadero y sin embargo, al insistir en esta clase de juicios (propios de suplemento cultural), le hacemos el juego al autor y nos dejamos conducir por las directrices que al mismo Bloom le interesa que sigamos. ¿Permite el libro de Bloom otra lectura que no sea la bloomiana?, ¿una lectura en la que frases como “deplorar la religión es tan inútil como celebrarla” nos sugieran algo más que rechazo o simpatía personal?
Si uno hace el esfuerzo (ímprobo, en verdad) de olvidar a Bloom durante la lectura de Jesús y Jahvé el resultado no deja de ser curioso: aquello que, siguiendo un plan de lectura previsible, reconocemos como rasgos distintivos del discurso Bloom se revela, a ese otro nivel de lectura, como el esquema de una actitud de sobras conocida. Bloom es menos Bloom de lo que pretende hacernos creer cuando habla de religión. Su manera de afrontar los dilemas religiosos tiene la notable originalidad de desarrollarse en un estilo sincopado, genial a veces, desmadrado y poco propenso, en general, a la reflexión rigurosa.
Pero más allá de esas particularidades Jesús y Yahvé se puede leer como un producto típico del posromanticismo. Uno debe prevenirse pues de las confesiones de Bloom cuando afirma que el libro ha sido escrito desde su filiación gnóstica y judía. En el conjunto de la obra tal apelación de principios resulta otra de las caras de una ironía omnívora. Pues de eso se trata, en efecto. Jesús y Yavhé tiene el mérito de reunir a dos figuras cuya genealogía se remonta al romanticismo: la del crítico literario y la del escéptico con vaga inspiración mística. De la combinación de ambos impulsos surge un discurso sobre la religión inevitablemente irónico y estético como el de Bloom, es decir, un discurso que poco o nada tiene que ver con las creencias religiosas. Como libro de crítica literaria Jesús y Yavhé se aventura en valoraciones bastante acertadas y hasta de sentido común:
La dignidad estética de la Biblia hebrea, y la del Yahvista en particular, que es el misterio original del que parte aquélla, es algo con lo que el Nuevo Testamento no puede competir como logro literario (p. 87).
Lo que no parece tan claro es que sea ése el punto de vista que más convenga a la materia. (Cualquier lector del Nuevo Testamento sensibilizado con la literatura sabe que los evangelios son mediocres narraciones de la vida de Jesús. Pero si el mismo lector está familiarizado con el lenguaje religioso y con la experiencia que lo envuelve sabe también que en los evangelios la tosquedad de estilo y las incongruencias estructurales son significativas) . En la misma línea han de inscribirse afirmaciones como “La Trinidad es un gran poema, aunque difícil, y siempre un reto para la interpretación” o “¿Dónde se encuentra la trascendencia? Está en las artes: Shakespeare, Bach, Miguel Ángel siguen siendo suficientes para una élite, pero no para pueblos enteros”. Cuando se empeña en conferir o escatimar dignidades estéticas a los autores o a los textos religiosos, o al defender, siguiendo la estela nietzscheana, un elitismo de la belleza que rivaliza con la religión, Bloom hace suya una de las operaciones características de la ideología romántica.
Toda precaución es poca ante un romántico interesado por Dios o la religión. Detrás de la alabanza, de la crítica o del mero reconocimiento suele esconderse un afán, más o menos disimulado, de legitimar y sobredimensionar una perspectiva estética de la vida, una perspectiva en la que, no por azar, Dios y la religión brillan por su ausencia. La operación romántica sigue esta secuencia: primero muestra un interés inusitado por la religión, ya sea favor o en contra. Luego tematiza, es decir, convierte en objeto teórico lo que nunca fue ni puede ser un tema de reflexión y discusión. El siguiente paso consiste en aprovechar las herramientas que surgen de la tematización para pensar el arte en términos religiosos. A continuación se escenifica el impulso ideológico que está presente en todo el proceso: de la religión a la religión del arte. Por último, el romántico ya está en condiciones de prescindir de la religión y de recriminarle su aspereza formal.
De un modo u otro encontramos todos estos rasgos en Jesús y Yahvé, rasgos que, dicho sea de paso, hacen menos extravagantes de lo que pudieran parecer las numerosas comparaciones entre Hamlet y Jesús o entre Yahvé y Shakespeare (favorables, por
supuesto, al dramaturgo).
Los paralelismos no terminan aquí. Tampoco es un azar el hecho de que Jesús y Yahvé contenga una dosis indigesta de ironía. No cabe duda de que la inclinación personal de Bloom tiene mucho que ver en ello. Pero se trata también de una consecuencia lógica de la ideología romántica, de la que Jesús y Yahvé es un exponente un tanto caricaturesco. La ironía bloomiana (al igual que la romántica) cumple una función compensatoria y no tanto de distanciamiento crítico. Viene a ser una toma de conciencia inconfesable y desviada de la imposibilidad de llevar hasta sus últimas consecuencias la religión del arte. Llena un vacío: el que deja el intento de reconducir “el reino de Dios” al ámbito de la estética. En otras palabras: el ironista romántico es un místico fallido. En lugar de la sublimación, que sería otra de las caras del mismo fracaso, el ironista opta por la suspensión indirecta de una religiosidad impracticable. La ironía es la huida, entre airosa y desesperada, de un encierro voluntario. En Bloom la práctica de la ironía está ligada a una visión muy restringida de la religión, en la que lo literario (incluyo en este concepto no sólo la crítica literaria sino también un proyecto específico de escritura)
tiene una función aplanadora o desmitificadora. De ahí que la pregunta con la que el libro concluye suene, irremediablemente, a bufonada:
Yahvé, presente y ausente, tiene más que ver con el fin de la confianza que con el fin de la fe. Y yo me pregunto: ¿establecerá otra alianza con nosotros que pueda y quiera cumplir?
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