Traducido para Rebelión por Germán Leyens
El Nuevo Testamente no menciona una fecha específica para el nacimiento de Jesús. Si ocurrió como nos dice el Evangelio de Lucas, mientras pastores vigilaban sus campos de noche, probablemente no habría sucedido en diciembre. Demasiado frío. ¿Por qué, entonces, celebra la mayoría de los cristianos el 25 de diciembre como cumpleaños de Jesús? La respuesta más plausible es que en la antigua Roma, cuando el cristianismo emergía como una nueva fe, su calendario era influenciado por otros sistemas promisorios de creencias asociados por adherentes a la religión tradicional romana con “religiones mistéricas”.
Una era la adoración de Mitras, una deidad indo-aria (el Mitra de la religión védica, el Mitra del Avesta persa) asociada con los cielos y la luz. Su culto llegó al Imperio Romano en el siglo I A. de J.C. y durante los decenios formativos del movimiento cristiano fue un rival formidable de este último, con templos desde Siria a Bretaña. Por sus asociaciones solares, tenía sentido creer que había nacido el día más oscuro del año, el solsticio invernal. Cae este año el 21 de diciembre, pero los romanos celebraban la fiesta de nacimiento de Mitras el 25 de diciembre, por orden del emperador Aureliano en el año 274 de la Era Cristiana. Textos cristianos desde 325 señalan que el cumpleaños de Jesús había llegado a ser observado el mismo día, y la Iglesia Católica Romana reconoció en los tiempos modernos que la Navidad del día 25 de diciembre probablemente surgió de la práctica mitraica.
Mitras, dice la historia, nació de una virgen. Había historias a un denario la docena en el mundo antiguo sobre alumbramientos de vírgenes, así que no es sorprendente esta similitud con la historia de los evangelios. Mitras también nació en circunstancias muy humildes, en una cueva, y al acontecer su milagroso nacimiento se encontró en la proximidad inmediata de bovinos. En su caso, no de apacibles bestias en un pesebre, sino de un toro salvaje. En la versión persa del mito, este toro había sido la primera creación de Ahura Mazda, otro dios, mayor, de la luz. (Ahura Mazda, en la historia de la religión persa, se conceptualizó gradualmente como algo semejante al Dios judeo-cristiano. Pero su adoración en la tradición zoroástrica es probablemente previa a la concepción judía de Yahweh [Jehová] como deidad universal. Es muy probable que la concepción zoroástrica haya influido en la concepción judía de Dios.)
Mitras, al servicio de Ahura Maza, sometió al toro, confinándolo a la cueva, y lo mató. La sangre del toro muerto generó la vegetación y toda la vida. El mito seguramente tiene algo que ver con la adoración del ganado entre los antiguos pueblos arios, lo que desde luego sobrevive hasta nuestros días en India. En Roma, el culto de Mitras incluyó rituales como empapar al devoto de Mitras en sangre de toro, y que los creyentes consumieran en ceremonias secretas la carne y la sangre del legendario toro en la forma de pan y vino. Una ceremonia de comunión, si se quiere. Mitras murió y fue enterrado, pero volvió de entre los muertos. En algunos relatos, lo hace al tercer día.
El culto de Mitras fue afectado por tradiciones religiosas anteriores. Todo el que estudia las mitologías en una perspectiva histórica sabe que cualquier dios en particular puede tener numerosas conexiones en el tiempo y el espacio. Inana, la diosa sumeria de la fertilidad se convirtió en la babilona Ishtar que se convirtió en la griega Afrodita y la romana Venus. Inana llorando la muerte de su esposo Tammuz, que había muerto después de ser corneado en la ingle por un toro, lo sigue al infierno. Existen historias divergentes pero en una logra resucitar; en otra, la resurrección de ambos es realizada por el dios de la sabiduría Enki, al tercer día.
Los romanos estaban muy familiarizados con mitos sobre alumbramientos virginales, nacimientos marcados por signos celestiales, dioses nacidos en circunstancias humildes, dioses recién nacidos que apenas escapan a la muerte. El culto de Mitras, que llegó de Persia en el primer siglo antes de la era cristiana, popular entre los soldados romanos, fue aceptado con toda tranquilidad en una sociedad que tenía sus devotos de Isis, que había rescatado a su hermano-esposo Osiris del infierno; Atis, concebido inmaculadamente por Nana, fue corneado por un jabalí pero resucitó el 22 de marzo (nótese la proximidad con la Pascua de Resurrección); y dioses de otras religiones mistéricas. Cuando vino la adoración de Jesucristo, que llegó a comunidades judías en todo el imperio desde Palestina romana, y que también atrajo a no-judíos, la agregaron a esta colección exótica de opciones devotas. Los primeros cristianos por su parte, fueron seguramente influenciados por creencias y prácticas de otros cultos.
Muchos encuentran perspectivas y verdades en mitos. Joseph Campbell dijo que “los mitos constituyen pistas sobre las potencialidades espirituales de la vida humana.” Sigmund Freud consideró que las historias de Edipo y Electra esclarecen el desarrollo psicológico humano. Pero consideraba que la religión es una idea delirante. Los que sufren de ella ven sus propios mitos como la historia definitiva, y resisten a todo intento de explicar esos mitos como derivado de o comparable a otros. Así San Justino (que vivió entre 100 y 165 DC) en su Apología (I.66) afirmó que “diablos malvados han imitado” la ceremonia de la comunión cristiana “en los misterios de Mitras, ordenando que se hiciera lo mismo. Porque, el pan y una copa de agua son colocados con ciertos ensalmos en los ritos místicos del que está siendo iniciado, se sabe o se puede aprender.” Señaló la obvia similitud entre la práctica mitraica y la cristiana, y probablemente se dio cuenta de que el rito mitraico precedió de largo al cristiano. Pero no pudo reconocer el préstamo cristiano. La práctica mitraica era diabólica, mientras que la cristiana, enviada directamente por Dios y sin relación alguna con las precedentes terrenales, era sagrada.
La eucaristía es otro caso. Es mencionada en los evangelios y en la primera carta de Pablo a los Corintios, que se refiere a ella como “la Cena del Señor.” Así que incluso si refleja un préstamo mitraico, por lo menos tiene autoridad en las escrituras. Se basa, el creyente lo sabe, en la Palabra de Dios dictada a través del Espíritu Santo a la pluma del escriba inspirado. Pero la Navidad celebrada el 25 de diciembre es una tradición no-bíblica en su totalidad, y al darse cuenta de este hecho, varios cristianos se han opuesto a través de los siglos a su práctica. Los puritanos que controlaban el Parlamento inglés en los años cincuenta del Siglo XVII la ilegalizaron, y ordenaron que ese día cerraran las iglesias y abrieran los negocios. En Plymouth, Massachusetts, una ley aprobada en 1659 estipuló: “Quienquiera sea descubierto practicando un día semejante como Navidad y similares, sea absteniéndose de trabajar, festejando, o de cualquiera otra manera por el motivo mencionado, toda persona que cometa ese ultraje, pagará al país cinco chelines de multa por cada ofensa.”
El uso de árboles de árboles de Navidad para marcar la ocasión ha sido atacado a menudo. ¿Qué tiene que ver un pino con el nacimiento de Jesús? Nada, pero tiene mucho que ver con Atis, cuando en Roma se llevaba cada 22 de marzo un pino a su templo, que era decorado con flores y esculturas. Su ingreso a la práctica cristiana probablemente proviene de costumbres paganas célticas y germánicas; los druidas en Bretaña, por ejemplo, utilizaban plantas de hojas perennes en conexión con los rituales del solsticio de invierno. El dios nórdico Odin se colgó del tejo llamado Yggdrasil, atravesado por su propia lanza, para adquirir sabiduría. Existe la leyenda de que en el siglo VIII, San Bonifacio, que convirtió a los germanos al cristianismo, encontró a paganos que adoraban a un roble consagrado al dios Tor, y cuando lo hizo cortar apareció en su lugar un abeto, lo que consideró una señal divina. Pero la práctica de poner esos árboles en el hogar sólo comenzó en Alemania durante la Reforma en el siglo XVI, alentada, según la leyenda, por Martín Lutero. Los hessians alemanes llevaron la costumbre a USA durante la Revolución, pero no se hizo popular hasta el siglo XIX y hasta en 1900, sólo una de cada cinco familias tenía uno. En su mayoría comenzaron a hacerlo durante las dos décadas siguientes.
¿Ramas de acebo? Utilizadas en rituales del solsticio de invierno druídicas y germánicas. ¿Tronco de chimenea de navidad? Más druidismo. ¿Medias de Navidad? Bueno, no tiene nada que ver con paganismo. Dice la leyenda que San Nicolás (Santa Claus viene del Sint Niklaas holandés), obispo de Esmirna (en lo que es ahora Turquía) en el siglo IV, un hombre muy bondadoso, lanzó discretamente bolsas con monedas por la chimenea de la casa de un noble empobrecido. Cayeron milagrosamente dentro de medias colgadas para que se secaran por sus varias hijas que necesitaban dotes para casarse. El hecho es que todas estas costumbres son productos de historias humanas explicables.
Lo mismo sucede con las creencias que producen la fiesta. El bebé nacido de un virgen, en un establo, anunciado por un heraldo angelical, visitado por magi (astrólogos zoroástricos persas) que seguían una estrella, al que quería matar un rey malvado. Nada de esto hubiera impresionado al romano de a pie como especialmente original, pero la vaga familiaridad de las historias puede haberles prestado credibilidad. Parece que el movimiento cristiano, muy diverso en los primeros siglos, pudo incorporar narrativas y prácticas de otras tradiciones para obtener una ventaja comparativa al llegar el comienzo del siglo IV. En 313, el emperador Constantino legalizó y patrocinó la fe. Poco después, un aparato administrativo a escala imperial, que ya era formidable, se fusionó con el poder estatal, e ilegalizó y en gran parte reprimió las herejías y los paganismos. Pero el cristianismo siguió incorporando nuevas influencias como las prácticas arriba mencionadas de Navidad. Pocos cristianos (u otros) saben actualmente de Mitras, pero en nuestros días gran parte del mundo celebra sin darse cuenta su nacimiento.
Con mi mujer y mis chicos tenemos, como se acostumbra, un hermoso árbol, que honra no sólo lo que vale la pena alegóricamente en la historia de Jesús, sino la multitud de inocentes paganismos que fueron víctimas del cristianismo oficial. Siempre he considerado al árbol, ese intruso en el santuario interior del hogar cristiano, como la venganza silenciosa del paganismo. Por lo tanto, alzo esta copa de vino en honor del héroe del día, transformándome eucarísticamente al compartirla. ¡Feliz cumpleaños Mitras! A medida que los días se alargan y las noches se acortan, te agradecemos, Dios del Sol, por el milagro de la fotosíntesis que realizaste al presentarnos este árbol sagrado. Te agradecemos la promesa de la primavera, que confiamos llegará sin falta, mientras el paisaje muere y resucita de manera previsible año tras año. Y te agradecemos por brillar siglo tras siglo sobre nuestras imaginaciones delirantes.
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Gary Leupp es profesor de historia en la Universidad Tufts, y profesor adjunto de religión comparativa. Es autor de “Servants, Shophands and Laborers in in the Cities of Tokugawa Japan; Male Colors: The Construction of Homosexuality in Tokugawa Japan”; y de “Interracial Intimacy in Japan: Western Men and Japanese Women, 1543-1900”. También colaboró en la implacable crónica de CounterPunch sobre las guerras contra Iraq, Afganistán y Yugoslavia, “Imperial Crusades”.
Para contactos: gleupp@granite.tufts.edu
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